Octava carta. Cartas a quien pretende enseñar, de Paulo Freire

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Identidad cultural y educación.

“Preguntarnos sobre las relaciones entre la identidad cultural de los sujetos de la educación y la práctica educativa es algo que se nos impone”. Ello tiene que ver con el plan de estudios (tanto el explícito como el oculto) y nos permite comprender que los seres humanos somos una relación dinámica y procesal entre lo que heredamos y lo que adquirimos.

Para empezar, debemos recordar que, con nuestra capacidad de usar el lenguaje, de trabajar con otros, prolongamos ese mundo natural que nos fue dado, en un mundo cultural e histórico que nosotros construimos gracias a un proceso de búsqueda y aprendizaje. Así podemos entender a la libertad como proceso y no como meta.

Por lo tanto, las educadoras necesitan conocer lo que los alumnos ya saben aún antes de ir a la escuela, conocer sus sueños, su lenguaje, sus herencias culturales. Porque no se puede separar el contexto teórico del contexto concreto.

Freire narra un encuentro entre dos profesores de una universidad, uno físico y otro matemático, con niños del campo quienes les demostraron a aquellos sus saberes al calcular distancias, alturas y grados volando unos papalotes. Aquí viene la reflexión de que cuando los niños aprenden a partir de sus experiencias, a partir de lo concreto en su contexto, tiene valor para ellos. Niños que, sin embargo, habían reprobado en la escuela.

A pesar de que recibimos una herencia cultural, que puede condicionarnos y por lo tanto volverse un obstáculo, no estamos limitados. Seamos conscientes de esas herencias, respetémoslas, pero luchemos contra prejuicios, eso nos permitirá aprender de todos, incluidos con toda justicia aquellos que no han sido favorecidos o que no están escolarizados.

Igual debemos respetar nuestra identidad, entenderla, saber por qué es igual a unos y diferente a otros, pero con tolerancia…ni inferiores, ni superiores. Ni revanchas, ni sumisiones.

“Concluyendo, la escuela democrática no debe tan sólo estar abierta permanentemente a la realidad contextual de sus alumnos para comprenderlos mejor, para ejercer mejor su actividad docente, sino también estar dispuesta a aprender de sus relaciones con el contexto concreto”

La escuela democrática que precisamos no es aquella en la que sólo el maestro enseña, en la que el alumno sólo aprende y el director es el mandante todopoderoso.


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