Hablando de futbol y libros.

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«El futbol es lo más importante de las cosas menos importantes» Arrigo Sacchi.

A mí siempre me ha gustado el futbol. Quizá desde aquella vez cuando era niño y mi papá me compró unos taquetes y un balón e invitó a unos primos a mi casa para jugar.

También recuerdo que en casa de mi abuela paterna había una enciclopedia de futbol (que incluso ahora sigue en un librero de su sala), la compró uno de mis tíos, pero apostaría a que yo la aproveché más que él. Cuando no estaban los primos, y mi hermano era muy pequeño como para jugar juntos, disfrutaba mucho de leer aquellos libros de páginas gruesas y coloridas para aprender desde reglamentos, estadísticas, partidos memorables, e identificar a las figuras del deporte…incluso memoricé dos o tres jugadas con las que me sentía Pelé o Maradona aplicándolas con los niños de mi cuadra.

Otro de mis tíos jugaba futbol en el equipo de la colonia H. Casas «El Ejido» y algunas veces fui a verlo, brincando la barda del pequeño estadio del mismo nombre, por la Av. Victoria, primero porque no tenía dinero para pagar la entrada y segundo porque todos sabían que los niños nos metíamos así y nada pasaba. Recuerdo que a él le gustaba tanto el futbol y a esa edad a mí me parecía tan buen jugador que le preguntaba a mi papá que porqué mi tío no jugaba en México o en la Chivas. También tengo presente que ese tío compraba una revista de futbol (creo que se llamaba Don Balón) y también la tomaba para leerla.

Igualmente me tocó que mi papá me llevara alguna vez a ver a los Coras en el desparecido estadio Nicolás Álvarez Ortega…recuerdo que me gustaba el ambiente y me sorprendía la manera en que otros hombres gritaban y mentaban madres al arbitro en una especie de ritual, supongo que para sacar el estrés acumulado de la semana, porque acabándose el juego volvían tranquilos a su vida cotidiana.

Después vino el tiempo de jugar, primero en cascaritas con mis amigos, en la calle casi a diario, o muy temprano los sábados en una unidad deportiva que se ubicaba cerca de mi casa. Mis vecinos y yo, motivados por la serie de super campeones, queríamos ser Benji Price, Oliver Atom o Steve Hyuga. Luego jugué en tres equipos, uno con los mismos niños de mi cuadra, equipo que nunca tuvo un nombre, o que no recuerdo si lo tuvo, pero que «dirigía» el cuñado de uno de mis amigos y con el cual nos enfrentábamos contra otros pequeños del barrio. Recuerdo que en uno de esos marcadores de escandalo anoté quince goles en un solo partido (aunque se rían)…luego participé en otro llamado «Gansos Santa Teresita» en el que conocí a niños de otras colonias que aún ahora son mis amigos. Para jugar en el tercer equipo fue el tío de otro amigo a invitarme, yo tenía 14 años, pero jugaría en la sub 17 (creo que en ese tiempo era la categoría juvenil B), dije que sí, pero cuando me enteré que ahí no estarían mis amigos no quise jugar, así que me fui con ellos a la juvenil A (o como se haya llamado la categoría que por edad me correspondía)…lamentablemente en ese tiempo sufrí un accidente cuando se cayó parte del puente de un zanjón mientras yo lo atravesaba, precisamente cuando iba a recoger un balón de futbol. El golpe que me di estuvo duro, porque me hice una gran cortada en la espinilla que tardó mucho en cicatrizar, pues iba al famoso «Centro de Salud» del parque Juan Escutia a que me hicieran curaciones y lloraba del dolor; además durante algunos días fui a la secundaria usando short en lugar de pantalón, soportando las burlas propias de los adolescentes.

Durante un tiempo me prohibieron jugar y creo que entonces me resguardé en algunos de los libros que más me gustaron en esa etapa como «Atrapados en la escuela», «La búsqueda», «Juan Salvador Gaviota» y otros títulos que circulaban, sobre todo los de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

Después volví a jugar, pero ya no en equipos amateurs sino en «cascaritas» o en los torneos de las escuelas…desde el bachillerato pedagógico y licenciatura en la escuela Normal donde estudié, donde por cierto me fracturé el brazo dos veces, una en bachillerato cuando al salir temprano de clases nos fuimos a la cancha de fut rápido, que por entonces era nueva, y la otra en un partido entre una selección de estudiantes de la licenciatura y otro combinado de maestros y alumnos…fue la única vez que entré en shock en mi vida, salí de la cancha gritando improperios al compañero, que según yo me había aventado intencionalmente. Cuando me operaron (me pusieron una placa y seis tornillos) me dijeron las enfermeras que mientras sufría los efectos de la anestesia me tenían que agarrar porque me movía bruscamente y gritaba «¡Servi, Servi, Servi!», que era como los compañeros de generación me llamaban, acordándome seguramente de un partido de un día anterior en el que anoté tres goles.

Con las fracturas otra vez volví a la lectura: desde «La casa de los espíritus» de Isabel Allende y «El Alquimista» de Paulo Coelho, hasta los primeros cuentos que leí de Jorge Luis Borges y Juan José Arreola, hasta «El llano en Llamas» de Juan Rulfo…por un tiempo me alejé del futbol por completo, pero como siempre fui inquieto gastaba mi energía en correr, subir el cerro de la Cruz, el cerro de San Juan, andar mucho en bicicleta y en aprender a jugar frontenis.

Ya en el servicio docente, cuando trabajaba en la sierra jugaba futbol por la tarde y noches de luna llena con los jóvenes de mi edad…luego en Villa Hidalgo jugué en un equipo integrado solamente con maestros de distintos niveles educativos en una liga local.

También hubo un año en que, entre la docencia y mis colaboraciones para la revista CAMBIO, me di tiempo para llenarme de futbol. Primero jugué con exalumnos normalistas en un equipo al que le llamamos «Los Babys Electrics», solo porque ese nombre venía en las camisas amarillas que alguien del equipo consiguió; jugamos en los torneos que se realizaban de 9:00 a 11:00pm en la Alameda y uno en el Astro Club Soccer…el mismo año jugué con mis excompañeros de la Normal en un torneo de la colonia Lindavista, otros en las canchas de INDEJ (llamándonos FC. Magisterio), primero en la modalidad futbol 7 y luego en futbol soccer, el de «cancha grande», donde salimos campeones…después se hizo un torneo relámpago entre estudiantes de la maestrías del Campus de la Universidad Autónoma de Guadalajara y reforcé a un grupo con el cual ganamos el torneo…luego en el día del maestro se hizo otro torneo y también lo ganamos, aunque yo no jugué en la final porque en el partido previo tuve una nueva fractura, pero ahora en la nariz.

Desde entonces, salvo una que otra cascarita y un torneo en el que docentes normalistas formamos un equipo, pero que entre el cansancio del trabajo, la lejanía de mi hogar hasta el campo en que se jugaba y sobre todo por mi falta de ritmo, participé muy poco, así que se podría decir que no he vuelto a jugar.

Aparte dos médicos especialistas me dijeron que tenía algo que se llama condromalasia patelofemoral, que se produce porque los cuadriceps cargan la rotula de la rodilla hacia un lado, por lo que tengo que hacer ejercicios específicos para evitar molestias al correr. Por temporadas me disciplino y ejercito con ligas y vuelvo a jugar, pero no futbol, sino frontenis o recientemente softbol.

Hoy veo futbol y me divierto, pero ya no me apasiono como en mi adolescencia en que llegue a dejar una novia por el futbol, o no iba a paseos familiares por quedarme a ver juegos en la televisión…incluso un amigo y yo gritamos el nombre de nuestro equipo en plena pausa de un concurso de belleza llevándonos rechiflas y mentadas. Lo más grave fue ponerme una máscara de luchador y pasear junto a otros en parques, glorietas y camiones para celebrar un campeonato (creo que me pasaba lo que decía Borges).

Y hablando de escritores y libros, para mí, de los títulos que se sugieren para los miles de hombres que alguna vez jugamos futbol, el más hermoso es «El futbol, a sol y sombra», de Eduardo Galeano, me encanta…pero si de combinar letras y futbol se trata recuerdo también cuentos cortos como «Yo soy Fontanarrosa» de Juan Villoro, o un relato de Jorge Luis Borges (quien por cierto decía que «el futbol es popular porque la estupidez es popular») en el libro «Diálogos, Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari» en el que confiesa que nunca le gustó el futbol por el retraso científico que le había causado a Argentina, que antes de ganar el campeonato mundial de 1978 estuvo a nada de ser potencia mundial en ciencia y tecnología; Borges dijo que incluso un día fue a un estadio junto a un escritor Uruguayo para ver un juego entre las selecciones de sus países, deseando cortésmente cada uno que ganara la selección del país del otro. También está «El ilustre Pigmeo» del exfutbolista y ahora mejor analista del futbol mexicano Roberto Gómez Junco.

El caso es que aún me gusta el futbol, pero tengo poco tiempo para ver juegos completos, solo en partidos especiales, o cuando tuve un día ajetreado y me permito desestresarme sacando el estrés acumulado, tal como veía a aquellos hombres que apoyaban a los Coras.

Eso sí, cada vez pienso menos en el tema, o como dije antes, solamente lo hago en días como éste, en que escucho a escritores mexicanos y brasileños hablando sobre futbol (en el marco de la Feria Internacional del Libro) y que después prendo la televisión y veo a mi paisano «El Chicote Calderón», quién pasó de crecer en una familia humilde, dedicada a la fabricación de ladrillos a la orilla de Tepic, a convertirse en figura de uno de los equipos más populares de México.

Pero bueno, después de todo hoy digo eso, aunque quizá en algunos años me vean en una liga de veteranos plata, oro, titanio, o como quiera que entonces le llamen.

Y como la frase con que inicia este posteo, algunos la atribuyen al italiano Arrigo Sacchi y otros al argentino Jorge Valdano, ahora cierro dando el crédito al segundo.

«El futbol es lo más importante de las cosas menos importantes» Jorge Valdano.


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