Esta semana ocurrieron dos hechos que, aunque distintos entre sí, me llevaron a pensar en lo mismo. Aquello que no siempre se cree útil, pero que se necesita para mantener, dar sentido e intentar mejorar lo que se hace: seguir procesos y compartir.
Lo primero ocurrió el martes, cuando recibimos una noticia que nos llenó de alegría a todas y todos quienes integramos la Comunidad Multigrado Nayarit: nuestra narrativa y Gaceta “Una experiencia de colaboración y aprendizaje entre pares: la Gaceta ‘Comunidad Multigrado’” fue aceptada para formar parte del repositorio digital de la Subsecretaría de Educación Básica para la educación multigrado.
Detrás de esto hay mucho más que una revisión técnica o pedagógica superada. Visto de cerca, hay reuniones de CTE donde manifestamos dudas, buscamos aprender entre pares, replanteamos lo que haremos y procuramos visibilizar que en Nayarit hay maestras y maestros que trabajan con seriedad en contextos multigrado, a pesar de las dificultades que enfrentan día con día.
Ese número de la gaceta que se publicará, en particular, fue producto de una lucha permanente contra ciertos obstáculos. Por ejemplo, lo administrativo: necesario, pero a veces abrumador. De modo que lograr escribir, revisar y reescribir, aun con las carencias propias de la modalidad, es una satisfacción compartida. Una prueba de que el trabajo colectivo, cuando se cuida y se sostiene, encuentra su lugar.
Lo segundo ocurrió el jueves, cuando tuve la oportunidad de participar como ponente en el primer día del III Coloquio Internacional Lectura y Escritura en los Años Escolares, organizado por la Universidad Autónoma de Querétaro y la Universidad Nacional de La Plata. Un espacio académico, crítico, donde convergen experiencias y reflexiones de distintos países.
En mi caso compartí algunas experiencias y hallazgos en torno a un curso que diseñé y apliqué con estudiantes normalistas, en el marco del proceso de codiseño del Plan de Estudios 2022 para Escuelas Normales.
Más allá de la exposición, lo que me dejó pensando fue la importancia de seguir abriendo estos diálogos. Compartir con otras miradas permite comprobar que los problemas que enfrentamos no son solo nuestros, sino que hay similitudes y —lo mejor— soluciones que se construyen desde el aula, desde la práctica situada.
Al final, estos dos momentos —uno colaborativo y otro individual— me llevaron al mismo punto: la importancia de compartir y, claro, de respetar los procesos. La educación es un campo vivo, en movimiento, que exige estarnos formando y compartiendo de manera permanente, pero pensando más allá de la inmediatez.
Hoy que todo parece tener prisa, que se exigen respuestas instantáneas y que incluso la vida institucional se vive de manera acelerada, vale la pena recordarnos que los trabajos sólidos necesitan tiempo.
Compartir lo que se construye mediante procesos implica reconocer que las ideas se afinan con la práctica, que los proyectos se consolidan con constancia, las comunidades se fortalecen con vínculos y confianza, y que el aprendizaje —nuestro y de quienes acompañamos— requiere profundidad, no inmediatez.
Quizá por eso estos dos acontecimientos, tan distintos, se sienten parte de una misma ruta.
Porque ambos me recuerdan que en educación nada florece en soledad: crece cuando se comparte, cuando se escucha y cuando se apuesta por los procesos.
Tal vez por eso escribo esto hoy: para no olvidar que caminar acompañado, y con procesos, siempre lleva más lejos.





