Liderar desde lo humano, reflexiones tras escuchar a Rosa Oralia Bonilla

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Esta semana inició el 3er Seminario Educativo Internacional, en Nayarit, mismo que cuenta con la participación de destacados investigadores del país y del extranjero.

En mi caso, tuve la oportunidad de asistir al primer día de actividades, donde se desarrolló la participación de la maestra Rosa Oralia Bonilla, de quien he tenido la oportunidad de aprender desde mi formación inicial y a quien siempre he reconocido por su mirada crítica, generosa y profundamente humana sobre la educación.

Su conferencia giró en torno a un tema que me parece esencial para quienes trabajamos en el ámbito educativo: la dirección escolar y el liderazgo pedagógico en el marco de la Nueva Escuela Mexicana. Pero más allá de los conceptos, lo que me conmovió fue la claridad con la que nos recordó algo que, aunque parece obvio, solemos olvidar: la escuela no es una empresa.

Bonilla explicó con lucidez que, durante años, muchas decisiones educativas han estado determinadas por modelos económicos, donde se prioriza la eficiencia, la estandarización y el control. Sin embargo, el propósito de la escuela no puede ser producir resultados como si se tratara de una fábrica: su tarea es formar personas libres, solidarias, con pensamiento crítico y sensibilidad humana.

Esa idea atraviesa todo su discurso: la educación no se mejora a través de formatos, sino a través de procesos humanos. La mejora continua, nos dijo, no ocurre sola ni con el paso del tiempo. Requiere condiciones institucionales, trabajo colectivo y una dirección que inspire y acompañe, más que vigile o sancione.

Otro de los ejes de su intervención fue el liderazgo pedagógico, que definió como la capacidad de los directivos —supervisores, jefes de sector, asesores, directores— de crear las condiciones necesarias para que la enseñanza y el aprendizaje florezcan. No se trata de hacer más trámites, sino de convertir a la escuela en una comunidad que aprende junta, que reflexiona, que dialoga.

“Para aprender se necesita tiempo —dijo—, también para desaprender y reaprender.”
Esa frase, sencilla pero profunda, me pareció un recordatorio para todos nosotros. En tiempos donde todo parece urgente, ralentizar la educación puede ser un acto de resistencia: detenernos a pensar, a conversar, a volver a mirar lo esencial.

Al salir de la sede (Teatro del Pueblo Alí Chumacero) pensé que tal vez ahí está la clave: no necesitamos más indicadores, sino más conversaciones verdaderas; no más formatos, sino más vínculos. Porque una escuela que se piensa a sí misma, que se escucha y se acompaña, ya está en camino hacia la mejora.


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