De mapas a brújula: a la mitad del camino

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Estamos a dos días de iniciar de forma oficial un nuevo ciclo escolar. Uno más, sí, pero para mí uno muy especial.

Este 2025 se presenta ante mí como un año de festejo de un triple aniversario: cumplo 20 años de egresado de la licenciatura en educación primaria, 15 años como docente normalista, y 10 años como Asesor Técnico Pedagógico especializado en lenguaje oral y escrito. Y aunque no soy muy dado a las efemérides personales (o tal vez sí…), esta vez me permito detenerme un momento, mirar hacia atrás con enorme gratitud y hacia adelante con esperanza. Estoy contento de haber desarrollado una trayectoria que ha tenido sus curvas, sus pendientes, sin atajos y, gracias a Dios, sin desvíos. Y si algo puedo decir con certeza es que hoy me siento, con gusto y satisfacción, “a la mitad del camino”.

El mapa que alguna vez creí tener…

Cuando comencé, como muchos, creía que mi tarea consistía en trazar rutas. En encontrar las mejores veredas para entregar mapas “seguros”. Pensaba que debía ofrecer certezas, señalar direcciones, anticipar obstáculos. A los niños, a los jóvenes, a los docentes en servicio… a todos les debía, según yo, un plano del terreno. Una cartografía clara, con puntos cardinales bien definidos, escalas precisas y leyendas nítidas (¡chispazos!).

Y no lo hacía por arrogancia, lo juro, sino por convicción. Porque me habían enseñado que el maestro guía, orienta, conduce. Que el asesor técnico propone, estructura, acompaña. Que el formador de formadores debe tener respuestas, modelos, marcos teóricos. Y yo, con la pasión del recién egresado, me aferré a esa idea. Busqué en vano ser cartógrafo de la educación…

Pero el tiempo, como buen maestro, me enseñó otra cosa.

Con los años, descubrí que los mapas que yo ofrecía no siempre eran útiles. Que a veces y pese a mi esfuerzo, algunos llegaban desactualizados, que no contemplaban la diversidad del terreno, que ignoraban las tormentas internas de quienes los recibían, que casi nunca eran iguales a “las mías”, las que yo viví. Me di cuenta de que no todos los caminos son transitables para todos, que hay quienes necesitan rodeos, quienes prefieren detenerse, quienes deciden regresar.

Pero fue entonces que, desde hace tres años, viví una experiencia extraordinaria (de la que quizás después les hablaré) que empecé a desaprender. A cuestionar mis certezas. A escuchar más y hablar menos. A observar con más humildad. A entender que la educación no es una línea recta, sino una espiral, un tejido, una danza. Que no se trata de imponer rutas, sino de acompañar búsquedas.

Fue ahí cuando mi metáfora cambió.

De mapas a brújulas

Hoy, más que nunca, creo que lo que debo (y debemos) ofrecer, como docente, como formador, coordinador, asesor, como SER HUMANO, no son mapas, sino brújulas. Instrumentos que no indican un camino único, sino que ayudan a orientarse. Herramientas que no trazan rutas, pero sí permiten decidirlas. Y lo más importante: brújulas que no se entregan hechas, sino que se construyen juntos.

Porque el norte ya no es llegar a un destino predeterminado. El norte es el bien común. Es la formación de pensamiento crítico. Es la conciencia de que podemos transitar hacia un mundo diferente y mejor. Y para eso, cada quien debe encontrar su propio camino, pero con una brújula que le permita no perderse, que le recuerde hacia dónde queremos ir como sociedad.

En estos tiempos, donde la información abunda pero la reflexión escasea, formar pensamiento crítico es más urgente que nunca. No se trata sólo de enseñar a leer y escribir, sino de enseñar a pensar, a cuestionar, a imaginar. A leer el mundo, como diría Freire, y no sólo los textos.

Como Asesor Técnico Pedagógico que aún sueña con especializarse en lenguaje oral y escrito, he visto cómo el lenguaje puede ser herramienta de liberación o de opresión. Cómo puede abrir horizontes o encerrarlos. Y por eso, mi tarea no es “enseñar”, sino provocar preguntas, como los maestros Jonás Flores y Marco Antonio Hernández me decían. No es corregir textos, sino acompañar procesos. No es dictar normas, sino fomentar voces.

Estos tres aniversarios que celebro este año no son sólo cifras. Son capítulos de una misma historia. La de alguien que decidió dedicar su vida a la educación, no como profesión, sino como vocación. La de alguien que ha transitado por aulas, por pasillos de normales, por reuniones de asesoría, por espacios cargados de posibilidades…la de alguien que ha aprendido tanto de sus estudiantes como de sus colegas, y que sigue aprendiendo cada día.

20 años de egresado de la licenciatura en educación primaria significan dos décadas de contacto con la realidad educativa. De conocer sus luces y sus sombras. De entender que enseñar no es repetir contenidos, sino construir sentidos.

15 años como docente normalista implican una permanencia en la formación inicial. Un compromiso con quienes apenas comienzan, en provocar su entusiasmo. Una responsabilidad de sembrar preguntas, de abrir caminos, de hablarles de sus brújulas.

10 años como ATP especializado en lenguaje oral y escrito representan una apuesta por el poder de la palabra. Por su capacidad de transformar, de sanar, de conectar. Por su potencial para construir ciudadanía, para imaginar futuros, para narrar esperanzas.

Y aunque estos años me han dado un repertorio de herramientas, sé que no basta con tenerlas. Hay que renovarlas. Hay que cuestionarlas. Hay que actualizarlas. Porque el mundo cambia, la escuela cambia, los estudiantes cambian. Y nosotros, los educadores, debemos cambiar también. No se trata de desechar lo aprendido, sino de ponerlo en diálogo con lo nuevo. De combinar experiencia con innovación. De mantener la esencia, pero transformar la forma. De buscar calibrar mi brújula…

Y eso sí…algo en lo que me prometo trabajar más es en recordar que una brújula no sirve de mucho si se usa en soledad. Necesita comunidad. Necesita diálogo. Necesita acuerdos. Y por eso, creo que la educación debe ser un tejido colectivo. Un espacio donde se construyan sentidos compartidos. Donde se escuchen todas las voces, sobre todo las más necesitadas.

Una de las herramientas que más valoro hoy es la escritura. No como producto, sino como proceso. Como forma de pensar, de ordenar, de imaginar. Como acto pedagógico.

Por eso, este blog, en el que luego de escribir durante 10 años (otro aniversario también). Soy consciente de que aquí puedo narrar lo que vivo, lo que pienso, lo que sueño. Quiero construir comunidad con quienes leen, con quienes comentan, con quienes también están “a la mitad del camino”, como yo…o con quienes lo inician o ya lo han terminado.

Quiero seguir caminando. Seguir aprendiendo…con la convicción de que el norte es el bien común.


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